lunes, agosto 11, 2008

Cotidiano

Me gusta apagar las luces y quedarme en un rincón de la pieza haciendo como que pienso, como que sin luz se me vacía la cabeza, se me quita la pena, se me va a la ansiedad. Me gusta pensar sin luz, así como sin lentes, soy una mejor persona, un poco más franca, con menos de que preocuparme. El computador hace la pieza se vea verde y que la noche no sea completa. No apago el computador, lo dejo corriendo con música. No me resulta la oscuridad sin música, no me resulta estar sin lentes si no hay agua. No me resulta nada. Cuando me saco los lentes veo las cosas tal como son a mis ojos, como si en el fondo ser porfiado y con la percepción fallida fuese algo que venía con el pack desde el principio. Me da miedo sacarme los lentes; se me viene todo encima, como si los lentes fuesen una especie de compromiso con las formas. Me quedo en lo oscuro, sin lentes y es como si no hubiese nada delante. Lo verde de la pared me quita cualquier intento de paz mental, y si la pudiese obviar, entonces notaría la vibración del computador, los sonidos de la calle, de la carretera. Me quedo en lo oscuro y subo los parlantes, me siento en el sillon que da a la pared verde y trato de no pensar en nada más que en la atmósfera que le da lo verde a la pieza. No pasa mucho tiempo hasta que uno de los temas de la playlist me desconcentra. Las desconcentraciones voluntarias están bien, vienen bien. Lo sacan a uno de lo-que-fuese-que-tenía-en-mente y eso en una pieza oscura no molesta. Entra un poco de luz desde afuera, abren la puerta, cuento los monosílabos con la mano, prendo las luces, salgo de la pieza.

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