lunes, noviembre 17, 2008

Historias que contar

No tengo muchas historias que contar: fui un niño gordo mimado que jugaba cartas, fui un estudiante mediocre en una especie de élite que no hacía casi ninguna diferencia, fui un universitario descreído y triste que no pudo lidiar con el fracaso académico moderado. Derramé sangre a los 4 años y se sintió bien, me mordieron el estomago en una pelea, me tiraron una lata de salsa de tomate en la cabeza, una vez en kinder no me dejaron ir al baño así que me hice encima. Andaba con poncho cuando niño; le cosí un botón. Luego ese poncho pasó a mis hermanos. Pasé mis tardes solo o acompañado, delante de una jardinera. Viví una vez en un terreno en el cual tenía mi propia casita, separada de donde vivía mi madre, su pareja y mi hermano, era un palafito, lleno de juguetes, de cómics y de avispas. Una vez me picó una abeja en un testículo, una vez alguien me trató de tirar al canal las perdices porque según él, le había pegado a su hermana. Dudo lo haya hecho, he de decir en mi defensa. Tenía un lápiz bic y me amenazaba con ello, que me iba a tirar porque le había pegado a su hermana. Caminaba mucho desde Peñalolen Alto al colegio, jugaba siempre solo. Recuerdo peleas campales , de veinte personas, por muchos patios, en un colegio que despues se hizo celebre por sus riñas con armas de fuego. Una vez entró alguien por una pandereta, me robó la mochila y se salió. Siempre perdía los lapices, mi madre terminó atándomelos todos juntos al estuche, para que no desapareciesen. Desapareció el estuche entero En cierto sentido toda la vida he pasado las tardes solo, haciendo que la imaginación mate el tiempo; en la pubertad el asunto se volvió un poco más notorio. Estudié en el ultimo confín del sistema educacional publico, tuve compañeras que ejercieron la prostitución infantil, algunas siguen en eso hasta ahora. Con el tiempo, todo lo que era malo ahí, se volvió más malo, peor. Horriblemente peor. Siempre he llenado las tardes con imaginación y no es hasta ahora que le encuentro sentido. No estoy solo. Siempre he estado solo, quizás por eso me molesta tanto sentirme acompañado.
La media, el Instituto, es ahora para mi solo muchas muchas tallas y comentarios descontextualizados. El maestro esfinter. El rayo negro de Jalisco. Culecomissioner. Moleto. Midi-man. Tuve una ulcera nerviosa, espero haya sido nerviosa, no me quiero morir de cáncer gástrico. Me hicieron una endoscopia, grité sin poder gritar y cuando me sacaron el tubo pedí disculpas. No sé porque lo recuerdo tan bien, pero pedí disculpas. Me quebré un tobillo desde un escalón y recuerdo una vez haber tenido yeso en la mano. Recuerdo la moto y el auto de mi padre, recuerdo me daban miedo los pasos bajo nivel, que cerraba los ojos y los abría al volver a la luz. Tengo el recuerdo o el sueño de haber estado con mi madre y mi padre en un bote, en valparaiso, y haber pasado por debajo de lo que podríamos entender como un paso-bajo-nivel, en el mar. Cuando le conté a mi padre dijo no recordarlo del todo, pero que habían estaciones de reparación que calzaban con mi descripción. A mi madre nunca se lo mencioné.
La U se me fue como un conjunto de errores bien acompañados. Lo echo de menos, equivocarme bien acompañado, perder así daba gusto. Ahora mis días están a merced de la memoria, prima hermana de ese tipo de melancolía narcisa que hace entradas como esta, posibles.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo todavía cierro los ojos cuando paso por los pasos bajo nivel o los túneles. Y escondo la cabeza. Y le enseño a mi hija a hacer lo mismo.
Me gustó, a pesar de no identificarme con muchas cosas.