Pensaba, de vuelta de valpo, en una especie de cortometraje, con ese pedacito ultraconocido de Moonlight Sonata de fondo, el metro vacío, las calles vacías y el río. Despues pensé que sería un buen comercial de universidad privada. Lo deseché inmediatamente.
Siempre he disfrutado con la lectura de Ray Bradbury. Preparé la mochila teniendolo en mente. Esperé en la estacion, mirando a todos lados. Vi viajeras preciosas y me dije a mi mismo que quizas la estadía en Venus no iba a ser tan mala. Recordé el ultimo viaje que hise estando vivo. Tomé el libro. Recordé el motto que conservé para mi profile de Blogger: escribo para no morir.
Llegué a valpo sabiendo me jugaba la vida en un papel, que el viaje había sido inofensivo, que los buses ahora tienen baños y que el mundo se ha vuelto civilizado. Leí medio libro. Lloré un poco con La mescladora de cemento. Toqué suelo y recordé Talca. Las calles se veían parecidas. Volví a llorar. Llegó mi sherpa y me acompañó a la Universidad. Entramos. Fallamos. Salimos. Caminamos por lugares que se parecían a otros lugares. Estuve en Talca, en Santiago y en Curicó mientras caminaba por Valparaiso. Almorzamos conversando de todo y nada. Ella se fue, se tuvo que ir en realidad y me quedé. Caminé un poco hacía el lado contrario, pensando asi iba a llegar al mar. Mientras estaba en eso doblé por una calle pequeña, que no serpenteaba como las otras. Vi el mar. Containers y el mar. Gruas y el mar. Estaba a poco más de una cuadra del mar, no importaba. Vi el mar. Caminé de vuelta. decidí obviar la recomendacion de mi amiga y elegí una calle para caminar por ella. Recordé Talca, otra vez. En vez de llorar preferí cantar. Recorrí una calle soleada de una ciudad desconocida y rememorosa cantando una cancion que sabía nadie iba a entender, que nadie iba a reconocer como suya. Llegué de vuelta al terminal, compré pasajes para el primer bus disponible y se subí. No pensé. Me subí.
Tomé a Bradbury, me saqué el poleron y seguí leyendo. Me di cuenta había estado bajo el sol con el poleron puesto y que no había sido el fin del mundo. Me di cuenta tambien había toda una ciudad que querer conocer. Leí un cuento sobre una oleada imaginativa que peleaba la ultima de las luchas contra lo pulcro, contra lo sano. Poe al mando de una horda de pesadillas, olvidadas. El viaje de vuelta se hiso corto. No me di cuenta cuando el libro se acabó, cuando el hombre ilustrado se dio la vuelta dandole la espalda al narrador. Me bajé del bus pensando en que iba a decir en mi casa; como le iba a explicar a mis padres que me quedé sin sueño, sin expectativa para el año. Estuve en el metro, medio muerto, viendo personas pisar una mancha color vainilla. Una escolar la pisó y me miró de vuelta con cara de "¿Porque no me avisaste?". La miré de vuelta, le di a entender nisiquiera era capaz de avisarme a mi mismo. Me miró con un poquito de pena, porque me entendio, o con un poquito de asco, porque se dio cuenta estaba mirando a un hombre gordo en el metro. Volvió a mirar la mancha y bajó la mirada. Me bajé del metro y ella tomó mi lugar. Caminé por Cumming pensando en la mancha, en la escolar y en el viaje.
Si mis entradas apostasen a una moraleja, esta tendría que ver con que nadie te puede avisar a tiempo que metes la pata en vainilla derretida, y que nadie te puede consolar eficientemente despues. Claro, tambien podría tener que ver con falditas cuadrillé y las razones por las cuales mejor no romper el hielo con señoritas de 16, pero esa es otra historia.
Pero aun sabíamos reir, dijo Fito. Estoy de acuerdo.
Escribimos y nos reimos para no morir. Pisamos helado, para no morir.
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